¿Por qué ocupa la herramienta de la victimización una posición tan importante en la sociedad? ¿Por qué las funcionarias del MIDES María Alejandra Menaldo y Bertha Zapeta prefieren disfrazarse de víctimas en lugar de asumir las consecuencias por la falta de acciones? Esa incapacidad que se traduce en 83 niños muertos por desnutrición, casos mortales que superaron en un 34% a los registrados en el mismo período del 2023, programas no ejecutados, millones de quetzales en despilfarros, asignaciones millonarias a empresas constituidas en un promedio de 12 días antes de la adjudicación y un ministro que… ¿hay?
Y ojo, por supuesto, que las citaciones se deben desarrollar en un marco de respeto mutuo, pero eso no justifica que, por no poder responder a los cuestionamientos, el MIDES y las diputadas independientes Andrea Villagran, Olga Villalta y Elena Motta intenten presentarlo como un tema de violencia política, incluso llegando a asegurar que presentarán una iniciativa de ley que condene la violencia política hacia las mujeres, y acá hay que hacer varios cuestionamientos: ¿por qué solo hacia las mujeres? ¿Y la igualdad ante la ley? ¿Ya pensaron que todos los miembros del cancelado Movimiento Semilla han insultado, apodado o menospreciado a la fiscal general o a cualquier otra mujer funcionaria, servidora pública, periodista o ciudadana que los ha contrariado y que podrían ser ustedes los que resulten acusados con esa ley? ¿Por qué todas sus iniciativas en el último año son para arreglar sus problemas? ¿Cómo es vivir en estupidilandia?
Estas actitudes no son producto de la casualidad ese deseo ridículo de ser reconocidas como víctimas es muy común entre los políticos y se debe a la interiorización de la distorsión histórica que expondré en estas líneas y que dejo a su consideración.
El interés en las víctimas suele ser presentado como un tema de buenas intenciones, incluso pasando por encima de la igualdad ante la ley, pero en la época en que la igualdad entre los ciudadanos era una novedad, Alexis de Tocqueville la calificó de prodigiosa, pero percibió los siguientes peligros potenciales:
“Las naciones en nuestros días no pueden hacer que las condiciones no sean iguales en su seno, pero depende de ellas que la igualdad las conduzca a la servidumbre o a la libertad, a las luces o a la barbarie, a la prosperidad o a la miseria.”
Es decir, que la igualdad no es forzosamente garantía de felicidad.
Hoy se pretende decir que toda persona que sufre un perjuicio es automáticamente una víctima, y esto se debe a la distorsión de los vocabularios psiquiátricos y psicoanalíticos, porque antes de usar el término víctima, se usaba el término traumatismo nacido del vocabulario griego trauma = herida.
¿Cómo se pasó del traumatizado a la víctima? La distorsión empezó con Freud cuando planteó que cualquier incidente capaz de provocar afecciones penosas, miedo, ansiedad, vergüenza, puede actuar como un shock psicológico, pero este planteamiento ¿no nos pondría a todos en una condición indiscriminada de víctimas ante el menor sentimiento negativo? Si todos podemos jugar a victimizarnos, ¿dónde deja eso a las verdaderas víctimas?
Esta distorsión se consolidó en los años 80 cuando el término fue introducido en el vocabulario de la ONU y surgió la disciplina de la victimología, que creó una categoría clínica, el PTSD (Post Traumatic Stress Disorder) o trastorno por estrés postraumático.
El PTSD, al estar considerado como una reacción “normal”, la víctima al recibir esta etiqueta permite, ciertamente, figurar en las casillas de la indemnización (dinero). Pero resulta que los estudios posteriores al establecimiento del DSM III demostraron que no todo el mundo tiene esa reacción “normal” cuando es agredida físicamente o psicológicamente, sino que debe haber en ellos factores que los predisponen. ¿Qué factores habrán predispuesto a las funcionarias a auto percibirse como víctimas? Quizás no necesitan impulsar leyes sin sentido, sino agendar una sesión con un profesional de la mente.
¿Pero a quién se le considera víctima? El DSM III, que es muy preciso respecto a la naturaleza de los acontecimientos que pueden provocar un traumatismo, no indica, en absoluto, la dirección de la violencia: importa poco que la víctima haya sido la diana de las atrocidades o que haya sido la mano que las ha producido porque después de haber integrado los trastornos de los veteranos del Vietnam dentro de la clasificación en vigor de las enfermedades mentales, la administración de los veteranos precisó las cosas estableciendo siete clases de traumatismos ligados a la Guerra de Vietnam, entre las cuales solo una indica que el paciente ha sido víctima de violencia. En las otras seis categorías (seis de siete), la víctima es el autor de las atrocidades. Se convierte en agresor auto traumatizado. Los criminales también presentan signos de traumatismos psíquicos que se asemejan mucho a los de las víctimas. ¿Ven la distorsión de agresor a víctima? Y fue gracias a la ONU y al PTSD que el agresor o verdugo puede hacerse reconocer, por primera vez, la condición de que presente trastornos, como víctima.
¿Hasta dónde nos llevará el discurso de “las víctimas del sistema”? ¿Podrán llegar a pedir las criminales indemnizaciones al Estado por haber sido “embarcados” en un sistema que los ha “convertido” en criminales?
Más tarde, el DSM IV estableció que la condición de víctima es segura a partir del momento en que el sujeto ha vivido el acontecimiento traumático. Cada vez más, la palabra de la autoproclamada víctima no es sospechosa, no se cuestiona la autopercepción de identificarse como víctima.
Y vale la pena preguntarse: ¿cómo se identifica a una víctima real? Bueno, si pueden establecer y demostrar que están privados de un derecho, entonces se puede adquirir el estatus de víctima. Para tristeza de las funcionarias que creen que su condición biológica de mujeres les da en automático el derecho a percibirse como víctimas, les recuerdo que no existe el derecho al berrinche.
Usted, lector, puede verificar lo aquí planteado, por mi parte puedo concluir que dicha distorsión llegó a establecer que no es necesario probar el trauma, sino que basta con auto percibirse víctima.
Pero en el caso que dio origen a esta opinión, hay que preguntarse: ¿quiénes son las verdaderas víctimas? ¿Las funcionarias que están respaldadas por todo el aparato estatal desde el Ejecutivo o las familias de aquellos niños fallecidos a causa de la incapacidad de los gobiernos?
¿A qué se debe que, incluso, los políticos rivalicen por presentarse como las mayores víctimas? ¿Hasta dónde vamos a llegar en este proceso de victimización de toda la sociedad?
Por una patria libre y próspera, debemos ser ciudadanos y no súbditos.