La quinta edición del Diagnóstico de Percepciones, elaborado por la firma Diéstra, revela un panorama poco alentador para el presidente Bernardo Arévalo. La evaluación de su gestión a 15 meses de haber asumido el cargo muestra un incremento en las valoraciones negativas y un deterioro significativo en el respaldo político y social que alguna vez ostentó.
Según el estudio, el 29% de los líderes de opinión consultados califican la gestión de Arévalo como “mala” y un 23% la consideran “pésima”. En contraste, solo un 2% cree que su trabajo ha sido “excelente”, y ningún encuestado lo calificó como “bueno”. Esta caída en la percepción positiva refleja un desencanto profundo incluso entre quienes al inicio de su gobierno lo apoyaban abiertamente.

El balance cualitativo de opiniones destaca que, aunque se le reconoce integridad personal y un discurso anticorrupción, Arévalo es visto como un presidente débil, sin liderazgo claro, con una “buena fe” que no se traduce en resultados. Se le señala como un gobernante desconectado de las prioridades de la ciudadanía y sin la capacidad de maniobrar políticamente frente a las exigencias del Congreso o de la calle.

Uno de los hallazgos más graves del diagnóstico es el aumento de la percepción de “ingobernabilidad” como la principal crisis nacional. Líderes de opinión apuntan que el gobierno ha perdido el control y la iniciativa, generando un entorno de parálisis institucional, decisiones erráticas, improvisación y conflictos como el del seguro obligatorio, que marcó un antes y después en la confianza hacia el Ejecutivo.
El estudio también refleja una preocupante pérdida de respaldo popular. El presidente ha sido incapaz de sostener la conexión con los sectores que lo llevaron al poder. La categoría “regular”, que tradicionalmente funcionaba como un voto de confianza tibia, ahora sirve como refugio para quienes ya no pueden calificarlo positivamente, pero tampoco lo consideran un desastre total.

La gestión de Bernardo Arévalo, percibida inicialmente como una oportunidad de cambio, enfrenta ahora el desafío de recuperar credibilidad y liderazgo frente a un electorado y una élite de opinión cada vez más escépticos. Según Diéstra, el gobierno ha entrado en una “zona gris” donde la esperanza se diluye y las expectativas comienzan a transformarse en frustración.