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No todo es lo que Parece: La “Antipolítica” y el Péndulo Político

El concepto de “Antipolítica” surgió de una forma orgánica, es decir de movimientos civiles no dirigidos u organizados para tal propósito y el “Slogan” que lo identifica nació en Argentina de la misma manera a finales de 2001. No está del todo claro si los movimientos civiles, hartos de la corrupción y del declive económico, lo pudieron haber leído en una pinta de alguna pared anónima y lo empezaron a declamar en las protestas o si fue al revés. Este slogan de solo 4 palabras expresa el fondo del concepto de la antipolítica: “¡Qué se vayan todos!”

Este slogan se convirtió en el tema central de las protestas conocidas como Las Caceroladas, en Argentina a finales de 2001, cuando la economía de ese país estuvo tambaleándose al borde de la quiebra. Sin embargo, este grito de “¡Qué se vayan todos!” difería de otros movimientos anteriores en cuanto a que se dirigía a toda la clase política por igual. No se hacían acepciones de inclinación política, no había diferencia entre derechas e izquierdas, hablaba de todos los políticos por igual.

Al estudiar este movimiento, que se extendió por toda América Latina y que incluso tuvo algún impacto en los resultados de las elecciones de 2023 en Guatemala, se debe diferenciar del populismo, ya que este estilo de captación de votantes, por equivocados que estén sus proponentes, propone soluciones políticas a problemas políticos.

Tampoco es una simple frustración con los gobiernos, ya que esta frustración siempre ha estado presente en la democracia. Criticar a los gobiernos es algo normal y rutinario, toda vez que no todos los grupos sociales tienen las mismas necesidades y no todas las necesidades pueden ser satisfechas por los gobiernos. Sin embargo, la democracia tiene incorporado en sus sistemas la respuesta a los frustrados. Si no nos gusta lo que tenemos, votemos por otro que sí nos ofrezca lo que necesitamos.

La antipolítica por el otro lado, es un rechazo a la política tal como existe en ese momento y en ese lugar. Es el explícito rechazo a las viejas élites, bajo la convicción que se deberían poder identificar nuevos liderazgos que seguramente no van a caer en las viejas prácticas que se pretenden eliminar.

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Desafortunadamente, los movimientos antipolíticos no hacen más que pavimentar el camino para que líderes populistas o autócratas tomen el poder, engañando a estos movimientos con mensajes que les transmiten lo que ellos quieren escuchar. Sin embargo, es común observar que estos nuevos políticos vuelven a caer en los mismos errores que sus antecesores, ya que los sistemas de administración pública tienden a ir siendo modificados para favorecer la corrupción de las élites dirigentes y son difíciles de cambiar por las élites entrantes, que incluso en el caso que no hubieran querido involucrarse en la corrupción, terminan por acomodarse dentro del entorno corrupto que dichos sistemas facilitan.

Este fenómeno provoca entonces un círculo vicioso que mantiene a los movimientos antipolíticos vigentes por largos períodos de tiempo, incrementando su virulencia con el paso de los distintos gobiernos de turno, que dejan de ser los “Salvadores” cuando se convierten en el nuevo “Status Quo” que hay que derrocar. Así que los ganadores que van llegando al poder de la mano de la antipolítica se encuentran con el desafío de convertirse ellos también en los objetivos de las críticas de la nueva oleada de antipolítica.

Ejemplos de este fenómeno los hay en todo el mundo. En Australia, por ejemplo, de 2013 a 2019 la antipolítica se deshizo de 5 Primeros Ministros en 6 años. En Brasil, luego de una grave crisis económica provocada por una enorme corrupción que explotó a la vista pública en 2014, los sentimientos antipolíticos provocaron la salida de su presidenta, Dilma Roussef, por un voto de censura del congreso, así como la investigación penal contra dos tercios de los miembros del congreso, el arresto y encarcelamiento del ex-presidente (en ese momento) Lula da Silva, y la investigación de su sucesor (Michel Temer) también por corrupción. Todo este tornado político terminó, en ese momento, en un recambio de mando a Jair Bolsonaro, de la oposición. Increíblemente, en la siguiente elección, los brasileños volvieron de nuevo a elegir a Lula da Silva, para un retorno al populismo de izquierdas.

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Hay otros numerosos ejemplos en el mundo entero y de ellos, se puede observar que en muchos casos lo que resulta es una especie de péndulo político. Cuando los gobiernos que se satanizan con la antipolítica son de derechas, el siguiente vaivén del péndulo vira a la izquierda. Cuando los de izquierdas decepcionan a los ciudadanos frustrados, el péndulo gira nuevamente hacia las derechas. Y así, a medida que la población se va desencantando más y más con ambos extremos del espectro político, se abre camino a la autocracia o a las revueltas populares.

En algunos casos, los vaivenes del péndulo no viran hacia el lado opuesto, sino que se radicalizan aún más en la dirección hacia donde van, probablemente guiados por el sentimiento de que quizás no era suficiente el tono de izquierda o de derecha que el nuevo gobierno estaba mostrando y quizás un tono más radical es lo que se necesitaba para resolver la problemática que afectaba a esa población. En estos casos, claro está, el fracaso de los nuevos sistemas ya en sí radicalizados, provoca un viraje aún más radical en sentido opuesto.

Otro fenómeno que se da cuando la antipolítica se fundamenta en expectativas irreales, es que el desencanto en el nuevo gobierno aparece cada vez más rápidamente, luego de los recambios de liderazgo. Si a esto le agregamos el hecho descrito anteriormente que, a medida que pasan de un gobierno corrupto a otro, las estructuras administrativas y operativas del estado se vuelven cada vez más ineficientes, llegamos a la conclusión que es casi imposible satisfacer esas expectativas porque incluso los sistemas operativos del estado no lo permiten.

A este fenómeno de la descomposición de las estructuras administrativas y operativas del estado el destacado economista político Mancur Olson, en 1982 le llamó “Esclerosis Institucional”. Designó mediante este concepto la forma caótica, ineficaz e injusta que tienen los gobiernos tradicionales de acumular trabas que disminuyen la capacidad del gobierno de proveer los servicios públicos.

Interesantemente, este autor describió como esta esclerosis institucional va empeorando con la prolongación de los gobiernos que se acomodan al péndulo político y el crecimiento económico de esos países va decreciendo, hasta el momento en que los sistemas sufren una sacudida importante, como por ejemplo una guerra, una revolución o una verdadera renovación profunda del estado, que permiten reconstruir los esquemas burocráticos y liberarlos del secretismo, la opacidad y la sobre complicación de los procesos de estado.

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Ejemplos de que estas renovaciones son posibles, también existen muchos. Italia, es uno de los países que lo ha logrado. Comenzando entre 1992 y 1994, los italianos presenciaron una procesión de alcaldes, congresistas, banqueros, ministros y empresarios que tuvieron que enfrentar una lista grande de acusaciones por delitos de corrupción. A pesar de que ese proceso de renovación profunda duró más de 30 años, en un movimiento pendular de derechas e izquierdas, finalmente lograron salir de él y en octubre de 2022, eligieron a Giorgia Meloni como presidenta del consejo de ministros de gobierno de dicho país, en cuyo gobierno ya se han podido comenzar a reformular los procesos operativos y administrativos del estado italiano.

Guatemala se encuentra inmersa en esta situación actualmente y se observa en el horizonte justamente la agravación incremental del problema, toda vez que las estructuras que apoyan el recambio político y la renovación del estado se encuentran seriamente dañadas y ya se podrían clasificar como “escleróticas”.

Esta fractura de los sistemas se observa de manera muy marcada en el sistema electoral del país. También se observa en el sistema de compras y contrataciones del estado. E incluso se ve en los procesos de selección de jueces y magistrados, a través de las comisiones de postulación. De hecho, es difícil no encontrar un proceso administrativo/operativo del estado que no esté contaminado, cooptado o incluso inutilizado por este proceso de enquistamiento de la esclerosis institucional.

Esperemos que los liderazgos positivos y las cabezas frías imperen en el país y que no se tenga que llegar a procesos de recambio traumáticos, sino que se pueda establecer una plataforma de pensamiento y análisis serio, compuesta por todos esos líderes, con el propósito de recomponer el estado para hacerlo funcional nuevamente.

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